Queridos Capuchinos…discurso del Papa Francisco en el Capítulo General 2024

El título “Queridos capuchinos”… indica inmediatamente el tono fraternal con el que el Papa Francisco recibió en audiencia privada a los frailes reunidos en Roma para celebrar el 86º Capítulo General. Adjunto encontraréis el texto del discurso pronunciado en italiano, extraído del sitio web oficial de la Santa Sede. El texto e El texto en español es una traducción libre realizada por nuestros hermanos traductores, a quienes va nuestro agradecimiento.

“Estoy contento. Recuerdo a vuestros frailes en Buenos Aires: buenos confesores! Allí llegaron aquellos vascos que Franco había sacado. Buenos confesores, buenos. Y sigue vivo uno, que es argentino; lo he hecho cardenal ahora. ¡Este lo perdona todo! Me contó esto: que a veces siente el escrúpulo de perdonar demasiado -siempre perdona-, y un día fue ante el Señor, en la capilla, para disculparse: “Perdóname, Señor, he perdonado demasiado… ¡Pero fuiste Tú quien me diste el mal ejemplo!”. Así reza este buen cardenal vuestro.

¡Bienvenidos! Me alegra encontrarme con vosotros con motivo de vuestro LXXXVI Capítulo General. Dirijo mi saludo a vosotros y en particular al Ministro general, fray Roberto Genuin.

Lo que estáis viviendo es un momento importante para vosotros y para la Iglesia. El Capítulo, de hecho, reúne a frailes de diferentes países y culturas, que se reúnen para escucharse y hablarse en el único lenguaje del Espíritu. Es una oportunidad extraordinaria para compartir “cosas maravillosas” (cf. Sal 125,3) que Dios continúa obrando a través de vosotros, hijos de san Francisco esparcidos por el mundo. Por eso espero que, mientras agradecéis a Dios por el desarrollo de la Orden, especialmente en las Iglesias jóvenes, aprovechéis este debate para preguntaros qué os pide el Señor, para poder continuar hoy anunciando con pasión el Reino de Dios tras las huellas del Poverello.

Por eso, quisiera recordaros tres dimensiones de la espiritualidad franciscana, que creo que pueden ayudaros en el discernimiento y en el apostolado misionero: la fraternidad, la disponibilidad y el compromiso por la paz.

La fraternidad. El lema de vuestro Capítulo es este: «El Señor me dio hermanos» (Test. 14) «para ir por el mundo» (Rb 3,10). Recuerda la experiencia de Francisco, subrayando que la misión, según su carisma, nace en la fraternidad para promover la fraternidad (Rb 3,10-12; cf. Carta a los miembros de la familia franciscana en el octavo centenario de la aprobación de Regla bulada, 9 de noviembre de 2023). En la base, podríamos decir, hay una “mística de la colaboración”, según la cual nadie, en el plan de Dios, puede considerarse una isla, sino que cada uno está en relación con los demás para crecer en el amor, saliendo de sí mismo y haciendo de su propia unicidad un don para los hermanos. Uno de vosotros que cuide de su propia unicidad, pero sin transformarla en don para los hermanos, ¡aún no ha comenzado a ser capuchino!

Por lo tanto, no os habéis reunido para optimizar -como lamentablemente escuchamos a veces- los “recursos humanos” de la Orden, ni para mejorar sus prestaciones, ni para conservar sus estructuras. Más bien, volvéis a reconoceros, en la fe, como hermanos elegidos, reunidos y acompañados por la caridad providente del Padre, y a dejaros interpelar por esta verdad, especialmente en lo que respecta al campo de la formación, en el que estáis trabajando desde hace algún tiempo. Y haced bien, porque sin formación no hay futuro.

Por eso os invito a que en vuestras reuniones nunca se pongan en el centro los recursos económicos, los cálculos humanos u otras realidades de este tipo: son todos instrumentos útiles, de los que también hay que preocuparse, pero siempre como medios, nunca como fines. En el centro estén las personas: aquellas a las que el Señor os envía y aquellas con quienes os dona vivir… su bien, su salvación. En una palabra: que el centro sea la fraternidad, de la que os animo a ser promotores en vuestras casas de formación, en la gran familia franciscana, en la Iglesia y en todos los ámbitos en los que trabajáis, incluso a costa de renunciar a proyectos y realizaciones de otro tipo, a favor de la fraternidad. La fraternidad es lo primero. Sois hermanos. “¡Pero yo soy sacerdote!”. Sí, sí, pero después. Lo importante es el hermano. Eres sacerdote, diácono, lo que sea, pero fraile: ésta es la base.

Y esto nos lleva al segundo aspecto de nuestra reflexión: la disponibilidad. Fraternidad y disponibilidad. Vosotros, los Capuchinos, tenéis fama de estar dispuestos a ir donde nadie quiere ir, y esto es muy bonito. Vuestro estilo abierto, de hecho, testimonia a todos que lo más importante en la vida es la caridad (cf. 1Cor 13,13) y que por ella, siempre vale la pena gastar la propia existencia.

Representáis así un signo para toda la Comunidad, llamada a ser en su conjunto, siempre y en todas partes, misionera y “en salida” (cf. Vaticano II, Ad Gentes 2; Evangelii gaudium 20). Un signo importante, especialmente en tiempos como el nuestro, marcado por conflictos y cerrazones, donde la indiferencia y el egoísmo parecen prevalecer sobre la disponibilidad, el respeto y el compartir, con consecuencias graves y evidentes, como la explotación inicua de los pobres y la devastación ambiental.

En este contexto, vuestra disposición a dejaros implicar personalmente en las necesidades de vuestros hermanos y a decir con humilde valentía: “¡Aquí estoy, envíame a mí!” (Is 6,8) son un don carismático que hay que valorar y aumentar. Procurad ser siempre así: sencillos, libres y disponibles, dispuestos a dejarlo todo (cf. Mc 1,18) para estar presentes donde el Señor os llama, sin buscar reconocimiento y sin exigencias, con el corazón y los brazos abiertos. Y ésta será vuestra pobreza.

Y llegamos así al tercer valor que os caracteriza: el compromiso por la paz. Sed pacíficos. De hecho, vuestra capacidad de estar con todos, entre el pueblo, hasta el punto de ser comúnmente considerados “frailes del pueblo”, a lo largo de los siglos os ha convertido en expertos “operadores de paz” (cf. Mt 5,9), capaces de crear ocasiones de encuentro, mediar en la resolución de conflictos, unir a las personas y promover una cultura de reconciliación, incluso en las situaciones más difíciles.

Pero en la base de este carisma hay, como hemos dicho, una condición fundamental: en Cristo, estar cerca de todos (cf. Lc 10,25-37), especialmente de los más pobres, abandonados y desesperados, sin jamás excluir a nadie. El mismo San Francisco, como sabemos, llegó a ser el “hombre de paz” que el mundo entero reconoce, a partir de su encuentro con los leprosos, en cuyo abrazo descubrió y aceptó sus heridas más profundas y en cuya presencia encontró a Cristo, su Salvador. Así,  de perdonado se convirtió en portador del perdón, de amado en dispensador de amor, de reconciliado en promotor de la reconciliación. Se sintió perdonado, amado, reconciliado y lleva el perdón, lleva el amor, lleva la reconciliación. Y así debéis ser vosotros: hombres de amor, de perdón, de reconciliación. Es la fe que lo ha hecho en tantas ocasiones instrumento de paz en manos de Dios. Y ella, para él como para nosotros, ha tenido y tendrá siempre un vínculo vital con la cercanía a los últimos, no lo olvidemos (cf. Evangelii gaudium 49).

Para concluir, queridos hermanos, os invito a perseverar en vuestro camino, con confianza, con esperanza. Que Nuestra Señora os acompañe. Y os agradezco todo el bien que hacéis en la Iglesia. Os bendigo de corazón a vosotros y a la gran familia capuchina. Y les pido que oren por mí – ¡a favor, no en contra!

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